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21 septiembre 2011

Conversando con dos generaciones de Violetas


ladiscusion.cl
18 de septiembre, 2011
El arte del canto popular se ha ido traspasando de generación en generación y muestra de ello son las cantoras Irene Belmar y Marisole Valenzuela, maestra y discípula, respectivamente. Ambas ven en Violeta Parra el gran referente de investigación popular.
Marisole Valenzuela llega rauda a la Plaza de San Carlos para esta entrevista. En una mano sostiene la de su hijo Diego y en la otra, su guitarra que la acompaña desde que tiene uso de razón. Nació en Toquihua hace cuatro décadas y hace diez años se radicó en San Carlos. Para la cita, luce una tenida de jeans porque dice que es una “cantora joven y actual”, aunque su gran referente ha sido y sigue siendo Violeta Parra.
“Cumplí 25 años de trabajo profesional, pero canto de chica, de los siete años. No lo heredé de mi familia, sino de la radio, sobre todo de LA DISCUSIÓN que tenía programas especiales dedicados al folclor por esos años, cuando la radio permanecía en un rincón de la casa y no se apagaba nunca”, recuerda mientras enfila con dirección a la casa natal de Violeta Parra en aquella comuna.
“Muchos de esos programas tocaban los temas de la Violeta y yo intentaba copiarle, cantar como ella y aprenderme las letras, además de las melodías en la guitarra”, recuerda emocionada.
“Yo aprendí a cantar en el barrio, en los campos. Cuando tenía 18 años tomé una motocicleta y me metí a todos los fundos que pude en busca de viejitas que me quisieran enseñar a cantar. Soy una gran admiradora del trabajo de investigación que hizo en su época la gran Violeta Parra, de la que creo, no se mató por amor. Una mujer como ella jamás lo podría haber hecho por un hombre. Ella se mató porque este oficio es difícil, hay que tocar muchas puertas y no todas se abren”, explica.
Otra cosa que recuerda es su gran amor por los cerros de su natal Toquihua. “Esos cerros me inspiran para crear también mis propios temas producto de las investigaciones de la cultura más popular de este sector”, menciona.
En total, Marisole cuenta con 10 trabajos discográficos, gran parte de ellos producto de su incansable investigación folclórica. “Yo no sabía que estaba haciendo investigación de las raíces. Yo sólo estaba preocupada en esos años de aprender de las viejitas. Lamentablemente, no tenía grabadora para haber dejado registro de todo lo que me contaron, de lo que me enseñaron. Yo soy una cantora popular, aunque traten de encasillarme con el título de folclorista. Yo vivo de la cultura natural, de esa que se va traspasando de generación en generación, de forma oral”, precisa orgullosa de su oficio, el que también la ha llevado a diversos festivales y encuentros alrededor de todo el país.
Como solista, ha producido “Cuecas Pa`l Mundo” (en casette), “Brotes del canto Campesino” (casette), “Colección de Oro” (su primer disco), “Cuecas de Tomo y Lomo”, “Marisole en vivo”, y su último trabajo, que lleva por nombre “Aprendiendo de mis mayores”, entre otras.
También editó “Dios las cría y el canto las junta”, con su gran amiga Mauricia Saavedra, quien le ha acompañado durante esta verdadera travesía musical.
Muchas de ellas han sido posibles gracias a Fondart. Además, su trayectoria es conocida a partir de varias entrevistas, tanto en prensa escrita, radio y televisión, por esa estampa que tanto le hace parecer en espíritu a su antecesora, Violeta.
“De ella, mi tema favorito (incluido en uno de los discos) es ‘Violeta en flor’, me interpreta absolutamente”, añade Marisole, quien distribuye su trabajo en forma independiente.

TRASPASANDO EL CANTO POPULAR SIN LÍMITES
En una casa de adobe que sufrió serios daños con el terremoto del 27 de febrero del 2010, vive Irene Belmar de 63 años, una de las cultoras más importantes de Trapiche, sector ubicado en Millauquen hacia la costa de la Provincia de Ñuble.
En una imagen calcada a la película de Andres Wood, guitarra en mano y a los pies de un brasero que no deja de humear, Irene cuenta que aprendió a cantar sola a los ocho años y que nunca fue al colegio, aunque le hubiese encantado tener aquella oportunidad. “Me gustaba el canto, sentía en él una alegría muy grande, aunque nunca hice yo una canción. La alegría venía cuando oía a las cantoras más antiguas y participaba de las tremendas fiestas que se hacían en el campo. Siempre me entregan y yo entrego de vuelta. Muchas personas han venido a verme, hasta el sociólogo Ignacio Rivera, quien también me grabó. Y yo no tengo ningún problema en entregar lo que sé, lo que aprendí en el campo, aunque muchas de las mujeres que me enseñaron a mí, ya no están”, cuenta contenta a sus 63 años.
En su vida, además del canto, se cuentan once hijos, uno ya fallecido.
“Yo diría que durante la época de la crianza de los hijos dejé un poco de lado al canto. Los tuve bien seguiditos, como en diez años, así es que cuando ya los tuve criaditos, seguí cantando y recibiendo a todo aquel que viniera a la casa a escucharme cantar. A mí, en especial, me gustan los corridos, los valses y las cuecas tonadas”, cuenta mientras toma su guitarra para interpretar un tema típico del sector, “Chiu Chiu”.
Según recuerda, el campo ya no es el mismo, aunque su voz siga iluminando los valles y cerros del sector. “Antes existían las trillas a yegua, no como ahora que es todo con máquinas; también recuerdo los funerales tirando al finadito a caballo hasta el cementerio y a las guaguas, que cuando morían se velaban sentaditas. Yo alcancé a hacer varios trajecitos para varios angelitos que partieron no muy lejos de acá”, precisa con un dejo de tristeza, quizás recordando a su propio “angelito” que voló siendo un bebé.
Irene también cuenta con producciones discográficas, producto de gestiones realizadas a través de la Biblioteca Nacional de Chile, entidad que ha querido inmortalizar la voz y el cultivo de las tradiciones que Irene realiza hasta el día de hoy, siempre sonriente en su casa de adobe y recibiendo a quien desee conocer las más antiguas tradiciones del campo chileno.

RESCATANDO EL TRABAJO DEL CURA RICARDO SAMMON EN PORTEZUELO
El docente del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Bío-Bío, Cristián Leal, editó el año 2001 un trabajo dedicado a las cantoras populares de Ñuble, enfocando el proyecto en Portezuelo. “Nosotros llegamos a la conclusión que el padre Ricardo Sammon fue un gran rescatista de esta tradición del campo chileno. Sobre todo, le dio importancia a la mujer en su rol de cantora como oficio y creó el Festival de Raíces Folclóricas para entregarles un espacio que se mantiene hasta el día de hoy, aún luego de su muerte. Él se dio cuenta que en todas las fiestas populares chilenas, la gente cantaba y algunas mujeres se proyectaron incluso a nivel nacional, llegando a instancias como la Biblioteca Nacional de Santiago”, plantea.
El trabajo se llama “Cultura popular en el mundo contemporáneo: Portezuelo, una historia hecha canción”. “Logramos recopilar más cien canciones en estos encuentros que el padre Sammon logró realizar como un elemento evangelizador a través del rescate de tradiciones campesinas”, precisó el docente.
“Por ejemplo, tenemos un caso notable en Portezuelo. Se trata de Nolfa Marín, quien es cantautora. Ella tiene varios temas como ‘Homenaje a la mujer campesina’, ‘Creo en Dios’, ‘La trilla de Llahuén’ y ‘Aniversario del padre Ricardo’, que fue compuesta a propósito del aniversario número 40 de la ordenación sacerdotal del padre Sammon”, indicó.
“También tenemos en el libro otros nombres como Yolanda Montecinos y Zunilda Henríquez de Portezuelo; Natalia Torres y Bernarda Ramírez de Ninhue; María Mercedes Marín de San Nicolás, María Dolores Ceballos de San Fabián y Teresa Espinoza de Chillán. Hay muchas mujeres”, destacó.
Según el investigador, muchas de estas cultoras campesinas aprendieron de sus padres, familiares más cercanos, vecinos y otras mujeres dedicadas al canto popular. Muchas no precisan el origen, son canciones que oyeron en sus casas o sectores, sobre todo en fiestas populares como San Juan o la Trilla”, estableció.
A causa de la influencia española, en los sectores rurales de la zona central de Chile, se cultiva el canto a lo divino. Éste consiste en la entonación de poesía estrófica, acompañada por lo general de guitarra o guitarrón chileno, este último, un descendiente criollo directo de la anterior. La temática de los textos es religiosa y se practica en vigilias nocturnas según las fechas del calendario católico en casas particulares y a veces en iglesias.
En Chile conocemos como “tonada” a un género musical cantado, interpretado preferentemente por voces femeninas, no estando exento el rol de la voz masculina.
De función eminentemente festiva, aunque también religiosa, ha caminado junto a la guitarra, su instrumento acompañante preferido, constituyendo una hermosa trilogía: tonada, mujer y guitarra.
La tonada tiene su corazón en el centro de nuestro país, en las provincias de Colchagua (VI Región), Maule (VII Región) y Ñuble (VIII Región).


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